La sociedad de hoy que navega en un carro de fuego y que por cierto es equiparable al que llevara a la muerte a Faetón, se ha entregado al frenesí y estupor del dinero. Hoy vivimos para trabajar y no trabajamos para vivir. El afán desmesurado por ser alguien, por acumular riquezas nos ha separado de las pequeñas alegrías que esta vida puede depararnos. Los horarios y el tiempo son nuestros dueños, cuando debiera ser a la inversa. El estrés, nuestro compañero impertérrito, sigue haciendo tedioso el vivir, el disfrutar de familia y tiempo libre y cuanto más trabajamos más dinero ganamos, pero en el camino quedan la posibilidad de gastarlo y las responsabilidades que esta sociedad laboral ha relegado a segundo plano (educación familiar, religión, ética...).

Por todo ello hoy soy más feliz que nunca, pues tras años de esfuerzo voy a disfrutar con los míos de una casa y finca en el campo que tanto anhelo y poco disfruto. Entre olivares se alza la Higueruela, tierra de Coellos y Contreras, madre del sustento familiar que tantas generaciones ha traído al mundo y las ha visto fenecer impasible al tiempo, pero no a la memoria. Años de trabajos, labores y aperos, han dado una finca ejemplar. Por fin pasear por los verdes y ocres de las tierras llanas de Jaén será un placer para los sentidos, hoy veré crepúsculos y amaneceres en el calor hogareño de una casa de campo. Tanto esfuerzo ha merecido la pena. Y lo digo porque el mismo trabajo cuesta luchar por inversiones rentables que hacerlo por aquellas que no lo son tanto, pero que en realidad aportan calidad a nuestra vida.
Es aquí donde pretendía soltar mi perorata, pues en esta sociedad banalizada se olvidan de la importancia a veces nula que el dinero tiene en los designios de quien sabe vivir para trabajar y no trabajar para vivir. Hoy se abre un nuevo horizonte ante mi familia y mi padre, que tanto ha vivido para trabajar, pues hoy encuentra un rincón de descanso en la Higueruela, pues hoy disfrutará de remansos de paz en la sombra de los olivos y quizás aprenda, aunque a esas edades sea complicado, que no es necesario dejarse empujar por este frenesí social y que tal vez sea mejor llevarle la contraria. No es que pretenda no trabajar, sino olvidarme de esa vorágine que nos rodea y por ende vivir mi vida, no la marcada por el tiempo, el estrés, los esfuerzos titánicos. Sólo vivir acorde con mi moral, mi religión y mis deberes familiares y laborales. Desde luego yo tengo bien implementada la lección.